Experimento #1

Abro los ojos y recobro los sentidos. Me doy cuenta de que mis manos tocan algo suave y pegajoso, mis oídos escuchan los latidos de mi corazón y mis ojos observan una habitación sucia, desolada y vacía. Estoy en una esquina, envuelto entre sábanas con una sustancia caliente entre las manos, no le doy importancia. Veo una puerta, al parecer está cerrada. Sin más cuidado me pongo de pie y pierdo el equilibrio por unos segundos, me doy cuenta de que no tengo zapatos ni pantalones. Eso no es importante. Camino a la puerta y la abro con mucha lentitud, ¿por qué mi cuerpo responde de tal manera? Me siento confundido, angustiado e incluso un poco incómodo, no recuerdo haber dejado la habitación donde dormía, ni mi casa. Pensándolo bien, no puedo pensar con claridad algún aspecto en especial, no tengo más que bocetos de dónde vivo, de con quién vivo, qué hago y de quién soy. Entre más vueltas le doy al asunto, más absurdo me parece.
Una luz cegadora me bloquea por unos segundos, espero un poco y noto un pasillo que se extiende demasiado, no puedo encontrar el final. La extrema necesidad de caminar y ver qué es lo que hay más allá del campo de percepción se adueña de mí, así que obedezco a los instintos que me dominan y avanzo con cuidado. Las paredes están sucias y hay un olor terrible que me asquea por unos segundos, huele a drenaje. Mientras más avanzo, más tenue se hace la luz que me cegó en un principio y un pánico nublar mi criterio. Deseo regresar, ¿pero a dónde?  Miro atrás y no hay nada salvo una pared que está justo detrás. He caminado bastante, ¿por qué hay una pared a treinta centímetros de mi espalda? Al darme cuenta, comienzo a escuchar pasos, no puedo imaginarme su procedencia ni tampoco quiero saber qué es lo que viene. Estoy sudando y siento que voy a desfallecer. Corro, cada vez más rápido. Quiero encontrar una salida, pero no hay una escapatoria aparente, sólo me queda seguir adelante. Sigo, con toda mi fuerza de voluntad. ¡Ahí está la puerta! Avanzo hacia ella sintiendo estrepitosos pasos cada vez más cerca, siento que una mano enorme me pasa por la espalda. Aún presa del pánico llego a la puerta y trato de girar la perilla cuando de repente todo se oscurece.
Vuelvo a abrir los ojos. Ya no estoy en el mismo lugar. Miro a mi alrededor y reconozco la habitación. Todo ha sido una pesadilla. Me calmo y después de un momento me levanto de la cama, me visto, desayuno y salgo de casa. Una multitud de personas cruzando la calle y sonidos de máquinas, vehículos y anuncios de televisión que parecen no detenerse me conturban. Todo se mezcla y trato de entender por qué estoy ahí. Escucho el barullo de las personas que pasan, el cielo está nublado y una sensación de extrañeza se adueña de mí. No puedo pensar en otra cosa que no sea aquel inusual sueño en el pasillo interminable, supongo que es parte de los trances que he estado sufriendo en los últimos meses. ‘’No hay nada extraño, todo está normal’’, me digo después de reflexionar un poco, ‘’está todo en tu cabeza, sólo olvidaste qué haces ahí’’. Miro la hora en el reloj. Son las 8:55, voy a llegar tarde al trabajo.
Llego a la oficina. Me sobresalto y trato de entender qué es lo que veo. Observo a los demás trabajadores, pero no los reconozco. Al tratar de ver sus rostros me siento confundido, pero pretendo que no pasa nada. No puede ser, me estoy volviendo loco.
Paso los siguientes minutos u horas, no lo sé, haciendo el papeleo que estaba en el escritorio, organizo documentos y hago las cuentas del mes. Ha terminado la jornada y recojo mi saco para dirigirme de nuevo a casa. Después de casi medio día comprendo que no he hablado con nadie, ni nadie ha tratado de dirigirse hacia mí. ¿Será acaso que me ven como un extraño? No recuerdo haber hablado con Mary en la mañana. No me despedí de los niños tampoco. Estoy cada vez más confundido y la cabeza me da vueltas. No quiero comenzar a sonar paranoico. Creo que alguien ha estado siguiéndome, de todas formas, camino por la acera. Es normal que haya personas que se dirijan en la misma dirección que yo, pero cada vez más inseguro comienzo a acelerar el paso.  
Al llegar a mi domicilio, veo la puerta abierta y entro. Observo la escena y mi mente no comprende qué ocurre. En el pasillo hay un bulto, sangre y hay una niña de pie que me mira con lágrimas en los ojos, me acerco tratando de no pensar, cuando reconozco a Mary, con los ojos abiertos, inmóvil y sin respiración. La histeria me domina y sacudo a mi hija y le exijo explicaciones mientras me doy cuenta de que sueno como un loco y no hago más que atormentarla, ¡es una niña! ¿cómo sabrá qué es lo que ha pasado? así que la suelto. Después de unos segundos, ella me mira con severidad.
‘’Tú lo hiciste, papá’’.

Y de repente, despierto.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El nuevo arte de la insensatez

La gran crisis epistemológica del siglo XXI: Vivir en la era de la posverdad

De la familia o Heaven is a home...