La gran crisis epistemológica del siglo XXI: Vivir en la era de la posverdad

Los mitos siempre han formado parte del consciente colectivo. Han sido la herramienta para construir cada sociedad a partir de un sentido de valores compartidos, de compartir las mismas historias fundacionales. El lenguaje de los símbolos está detrás de esto y se fundamenta por medio de lo que determinada comunidad siente, más allá de lo que 'objetivamente' es real. La conducta humana, a lo largo de la historia, se puede entender a partir del mito, del símbolo. Simplemente está en nuestra naturaleza. 

No obstante, esta cualidad humana se ha enfrentado con varios baches en el camino: "Desde la revolución científica y la Ilustración, esas narraciones colectivas han competido con la racionalidad, el pluralismo y la prioridad de la verdad como fundamento para la organización social" (Matthew d'Ancona, 46). No se trata de pelear una postura con la otra: los seres humanos trascendemos lo literal, le damos forma a nuestra realidad a través del lenguaje, la cultura y la sociedad —lo hacemos a partir de acuerdos mutuos, por medio de la socialización; una emoción individual no tiene la más mínima afectación sobre el imaginario colectivo, porque éste es más grande que una perspectiva personal—. 

Lo que diferencia nuestra época del pasado involucra cómo la era digital y la interconexión global han afectado el curso de la narativa emocional, sobre todo bajo el parteaguas del capitalismo neoliberal, donde las personas cada vez están más individualizadas y la verdadera colectividad está en peligro de extinción. Si bien las corrientes filosóficas del postmodernismo abrieron las puertas a la posibilidad de deconstruir los sistemas institucionales autoritarios que antes se creían innamovibles, hoy, cincuenta años después, conocemos el otro lado de la moneda: una verdadera crisis epistemológica. 

Dice d'Ancona: "No es que la honestidad haya muerto: lo que los psicólogos denominan «sesgo de verdad» sigue siendo un componente fundamental del carácter humano. Pero actualmente se la percibe como una prioridad entre muchas, y no necesariamente la más alta" (49). Ahora, uno puede ser deshonesto y no se espera que las personas se hagan responsables por lo que se dice, ni por casi nada. Las repercuciones de mentir no se sienten, porque no las hay. Ya no exigimos la verdad. —El ascenso del emocionalismo, le llaman algunos.

¿Qué es la posverdad?

Según Oxford Dictionaries, la palabra «posverdad» —elegida como palabra del año (2016)—, se define como sinónimo de «unas circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos a la hora de condicionar la opinión pública que los llamamientos a las emociones y a las creencias personales» (D'Ancona, pp. 18-19).

En 2004, Ralph Keyes, en su libro "La era de la posverdad" explica que, desde principios de este milenio, las mentiras han dejado de ser tratadas como algo inexcusable y se han empezado a ver como algo aceptable en ciertas situaciones. Desde entonces, vivimos la epítome de esta afirmación. Da igual mentir o decir la verdad, importa más cómo te hace sentir. Esto ha dado a los políticos y a las élites el mundo utópico que buscaban para el control de la información, la limitación de la verdad y la construcción de realidades en las que siempre tienen las de ganar. ¿Se empieza a desequilibrar su sistema de mentiras? Pues crean una realidad nueva que les permita mantener esos privilegios. 

(Porque los hechos ya no suelen importarle a las personas, la persuasión retórica se da partir del pathos y el ethos, ya no de las cualidades del logos. Ethos, Pathos y Logos: Los tres tipos de persuasión según Aristóteles)

Gracias a la particular combinación entre capitalismo neoliberal, el creciente y desgarrador individualismo en esta época del vacío, las cadenas inescapables del consumismo y la influencia de los medios de comunicación —especialmente de las redes sociales— es de verdad ingenuo creer que vivimos todavía en una época donde los datos y los hechos superan las relatividades que se acomodan mejor a las creencias personales de cada individuo. Todo el mundo tiene una forma personal de interpretar los hechos para que sean verdad o no. En esta época de Internet, donde impera la manipulación de la verdad, una opinión vale tanto como un hecho, —y tal hecho tarda más tiempo en ser comprobado que los tres segundos que tarda en propagarse una noticia falsa entre miles y miles de personas. Por ahí bien dicen: "la mentira puede correr y darle la vuelta al mundo, cuando la verdad apenas se está poniendo los zapatos".

Además, ¿por qué preocuparse por combrobar algo? Si tal afirmación está en sintonía con mi propia percepción de las cosas, lo dejo así. Si no estás de acuerdo conmigo, te bloqueo. Desde que vemos el escepticismo con el que se trata a la ciencia y la desconfianza que ha dado lugar a la época de la conspiración, ciertamente Aristóteles estaría retorciéndose en su tumba al ver el auge de los terraplanistas. 

«Vivimos en una política de la posverdad: una cultura política donde la política (la opinión pública y el relato que hacen los medios) ha quedado casi totalmente desconectada de las políticas (la sustancia de la legislación). Evidentemente, eso debilita cualquier esperanza de un compromiso legislativo razonado» (20)  

Por ejemplo, Trump, —en calidad de primer presidente de la posverdad— es mejor entendido como un artista del espectáculo que como un político. Es bien sabido que nunca antes, en la historia de Estados Unidos, un político había sido tan abiertamente mentiroso; en sus propias palabras: "It's a lie, but who cares?" Donald Trump’s Ghostwriter Tells All (2016) Estudiosos del Análisis del Discurso han trabajado en verificar la correlación entre las afirmaciones del presidente y la realidad detrás de esas afirmaciones y, en un 69% (estadística de 2016), sus tuits son exageraciones, omisiones o de plano mentiras. False or misleading statements by Donald Trump (imagínate ser tan mentiroso que hay un artículo en wikipedia que lo explica). Y la cosa es que ha tenido bastante éxito con su propaganda de la 'big lie', evidentemente À la Hitler. ¿Por qué ha sido tan exitoso, a pesar de constantemente verle la cara de idiotas a las personas? Esto no sería posible en otra época de la forma en que lo es en la era de la posverdad. Las campañas políticas de desinformación han sembrado dudas y ese es su logro más grande. Este hecho queda clarísimo en el caso de las personas antivacunas: el miedo es más grande que la evidencia; un poco de desinformación refuerza la emoción y así han empezado a morir bebés por enfermades que estaban prácticamente extintas en Occidente. Sí, es increíblemente irracional, pero las dudas plantadas en individuos con síntomas de confirmation bias dejan marcas que resultan en muertes infantiles que se pudieron haber evitado. 

"Dado que las instituciones que tradicionalmente actúan como árbitros sociales se han ido desacreditando progresivamente, los grupos de presión, generosamente financiados, han inducido al público a cuestionar la existencia de una verdad fiable de forma concluyente" (d'Ancona, p. 63).

Y ¿qué papel ha tenido el Internet en todo esto? 

La revolución digital nos cambió la vida. Hoy en día ya no podríamos imaginarnos un mundo sin smartphones, sin Google o Facebook o Youtube: las herramientas que brindan simplemente son demasiado buenas. Mientras los aspectos positivos han crecido, también lo han hecho las peores partes del hombre: lo deplorable encontró su mejor refugio en un sistema no regulado (cuiden a sus viejitos de las estafas, porfa). El big data, que se nutre todos los días con la información de miles de millones de usuarios, ha convertido la información en el bien más preciado para las empresas (como bien dicen: si algo es gratis bajo la luz del capitalismo neoliberal, el producto eres tú). 

La configuración del Internet, desde una visión optimista, prometía cooperación y pluralismo; pero en la práctica, los algoritmos que nos muestran sólo lo que queremos ver —ante nuestra nula capacidad de pensamiento crítico para encontrar evidencia de lo que leemos, en lugar de creerlo ciegamente sólo porque está ahí— nos encierran en echo chambers que nos alienan del mundo real. Barack Obama, en su discurso de despedida cuando dejó la presidencia afirmó que "[h]emos llegado a estar tan a salvo en nuestra burbuja que empezamos a aceptar exclusivamente la información, verdadera o no, que encaja con nuestras opiniones, en vez de basar nuestras opiniones en las evidencias que están a disposición de todo el mundo". Barack Obama's Goodbye Speech

Así, "el tejido conectivo de la red es uno de los grandes logros de la historia de la innovación humana... No obstante, como todas las innovaciones transformadoras, la web coloca un espejo ante la humanidad" (d'Ancona, pp. 64-65).

El algoritmo nos junta con personas que piensan como nosotros, nos da en la boca contenido que refuerza nuestras creencias —o nos muestra lo que repudiamos, en caso de Facebook— (sin importar si es verdad o no), porque se busca crear una respuesta emocional en nosotros. A su vez, exilliamos, bloqueamos o de plano abusamos a las personas que se atreven a discrepar con nosotros (o los volvemos trolls a los ojos de ciertas comunidades). Las opiniones se reafirman y nadie desmiente la falsedad. Consumimos lo que ya nos gusta y rehuimos de lo que no nos resulta familiar: la fórmula perfecta para potenciar los prejuicios y la intolerancia. (Y ni hablar del contenido baitero generado por la Inteligencia Artificial y de los bots que inundan las redes).

Por más que queramos pensar que las fake news son baits para la gente mayor, personas ignorantes o uno que otro ser ingenuo, gran parte de quienes consumen este tipo de información falsa se encuentra entre la minoría con poder: es la dieta habitual de la élite (y Donald Trump es el ejemplo más claro de esta tendencia). Lo que es realmente importante es que las personas sientan que las noticias son verdaderas y que resuenen con ellas. La realidad y el espectáculo han pasado a ser sinónimos. Si me hago una cuenta de Twitter con noticias falsas, estoy segura de que alguien se las creería—incluso los noticieros serios han pasado a sacar sus fuentes de información para comunicar noticias de estas mismas vertientes de desinformación.  Y sí, ¿quién puede supervisar un espacio sin límites? Es desalentador ver intentos por expulsar las mentiras de los medios online, ya que, en todo caso, refuerzan el escepticismo de las personas y plantan dudas conspiranoicas que siguen alimentando la posverdad.

Las condiciones que permitieron las circunstancias de crisis que enfrentamos ahora tienen su raíz en el individualismo —nacido del veneno del capitalismo neoliberal— y la imposibilidad postmoderna de crear símbolos compartidos. Simple y sencillamente es más fácil controlar a las personas bajo el sistema de la responsabilidad individual

Si recorremos un poco la Historia, sabemos que por milenios, un castigo peor que la muerte fue el exilio: la pertenencia y la colectividad eran la fuente del bienestar individual. Ser generoso con otros, ayudar a la comunidad: ahí yacían las bases de una vida plena. Lo que marca nuestra época moderna (y postmoderna) es el enfoque en la felicidad individual en lugar del bienestar colectivo. El dinero, el poder, la libertad individual, las relaciones, el amor: todos estos conceptos que ahora damos por hecho que nos dan la felicidad, sólo significan algo para uno mismo —son conceptos del individualismo. 

Ahora estamos increíblemente desconectados unos de otros, porque el sistema económico que nos controla quiere que sea de esta manera. ¿Y qué crees? Los niveles de ansiedad, depresión y soledad nunca habían sido tan altos. Mientras más tangible es esa felicidad individual, más insatisfechos estamos. Esa es la trampa de las estructuras de poder capitalistas neoliberales. La élite estará feliz, pero es gracias al trabajo esclavizante de individuos en masa que compiten entre sí, toda su vida, por prestigio que nunca van a tener. 

La lucha social es menos probable cuando cada quien pasa su vida mirándose a sí mismo en el espejo. No es algo que podamos controlar, porque el control es un concepto ajeno a nosotros —aunque la ilusión de la libertad sea una idea muy bien vendida bajo el espectro del consumismo, es completamente falsa. 

Vivimos bajo la esclavitud perfeccionada. Sin concepto de verdad, sólo con la idea solidificada de que el dinero nos da prestigio y sólo nos debe importar lo que significa el mundo para uno mismo. Trabajamos para consumir, consumimos y consumimos, todo el tiempo, hasta que morimos. No puedes salirte de este sistema porque su cualidad perfeccionada implica que estás a gusto así, que no concibes el mundo de otra forma, que "así las cosas son". La sociedad ahora está constituida por consumidores vacíos, esclavos conformados. Nos creemos lo que esté en sintonía con nuestro sistema de creencias, aunque sea mentira, porque no importa si es verdad bajo un imaginario colectivo, importa cómo nos hace sentir. Las obras de Orwell y Huxley nunca habían dado tanto miedo, nunca se habían sentido tan reales.

La pobreza y la hambruna podrían resolverse en un día. Los recursos no son infinitos, pero sí abundantes —tanto que se tira comida a la basura todos los días y hay más personas muriendo por comer de más que aquellos que mueren por inanición. Este concepto de miseria artifical es lo que nos convence de la realidad de la escasez, —de la miseria de no poseer nada— y nos mueve a seguir trabajando, produciendo. "Hijo, trabaja mucho para que no seas como el vaguito del centro" es la mentira más grande que nos han vendido. Aunque te esfuerces toda tu vida, es bastante probable que nunca salgas de tu clase social y si dejas de esforzarte, te vuelves una alimaña social. Ese es el sistema que alimentamos todos los días.  

La lucha social que cambia las estructuras del mundo se ha convertido en algo prácticamente inalcanzable, porque la sociedad occidental ha asentado —y fortalecido— fuertemente la tiranía, el sexismo, el racismo, el clasismo y la discriminación bajo falsos pretextos de libertad individual. Si ves un movimiento social hoy en día, pregúntate: ¿de verdad se busca el bienestar colectivo? ¿o esta lucha social sólo busca fortalecer los privilegios de unos cuantos, a partir de los conceptos del individualismo?

Así, la posverdad es un síntoma del colapso inevitable de la sociedad occidental. (No olvidemos las teorías propuestas por Oswald Spengler, explicadas en The Decline of the West, entre otros textos). ¿Hay algo que podamos hacer al respecto? Yo creo que sí. Cambiaría el dicho "de lo que te digan lo creas nada y de lo que veas cree la mitad" a "de lo que te digan no creas nada, de lo que veas tampoco y menos si lo sacaste de Internet; primero pásalo por el filtro del pensamiento crítico, busca fuentes confiables que anulen la ambigüedad de la posverdad y sólo hasta ahí, cree la mitad". 

Así pues: "En las circunstancias adecuadas, es posible derrotar a una mentira mediante un hábil despliegue de los hechos. Pero la posverdad es, ante todo, un fenómeno emocional. Tiene que ver con nuestra actitud frente a la verdad, más que con la verdad en sí" (d'Ancona, p. 151). Pelear la verdad con lo emocional es una falsa dicotomía: la idea misma de que es importante defender la verdad tiene un fundamento mítico y emocional. Las emociones nos mueven a buscar la verdad, a desentrañar los enigmas del universo, a comprendernos mejor los unos a los otros. Y sí podemos hacer algo al respecto: el contraataque contra la posverdad tiene que ser emocionalmente inteligente, además de racionalmente fundamentado. La gente quiere esperanza: la verdad también puede proporcionarla. 

Una de las últimas cosas que dijo Orwell sobre su novela 1984 (y que podría considerarse su despedida también): "La moraleja que cabe extraer de esta peligrosa situación de pesadilla es simple: no permitan que ocurra. Depende de ustedes". 

Tenemos que volver a tomar las riendas de la responsabilidad: tenemos una responsabilidad civil y humana de exigir la verdad, así como de compartirla con quienes todavía no la han escuchado. No dejemos que se pierda entre los ecos de la tiranía. No dejemos que el conformismo sea la fuente de nuestra perdición.


El texto que me inspiró a estas meditaciones, y en gran parte citado por este ensayo:

Matthew d'Ancona. (2017). Posverdad. La nueva guerra contra la verdad y cómo combatirla. Alianza Editorial. 

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