De la familia o Heaven is a home...
Entre desavenencias y meditación, me surgió la más profunda necesidad de desahogar estas cuitas, dudas, razones e interrogantes que, a menudo, dan vueltas conmigo por horas y horas. Cuando crecí, me socializaron para entender a mi familia de una manera específica: es inquebrantable, es sanguínea, es para toda la eternidad y no existe la posibilidad de cambiarla, porque esa fue la que me mandó Dios; si otras personas tienen familias rotas, pues qué mal. Sé que esta cosmovisión particular de la religión está en todos lados, a través de diversas manifestaciones, pero también sé que ésta sólo representa la versión patriarcal de tal dinámica interpersonal y social. Confieso que, para mí, todo esto es un montón de bullshit. Me da un chingo de risa pensar en lo inamovible que me parecía todo este sistema al crecer. Algo que le agradezco a la sabiduría del camino es que sólo fueron algunos años bajo este velo: cuando viví el divorcio familiar, adopté una nueva perspectiva. No es fácil quitarse de encima el sentimiento de que tu familia está ‘rota’. Sobre todo si la estructura bajo la cual existías parecía tan sólida y, en el presente, otros reafirman las mentiras que te creíste. A veces es más fácil decidir no ver con claridad la incoherencia de los sistemas lógicos internos que nos rigen; aunque, lo que es fácil muy pocas veces coincide con lo que es correcto. Pero, no sé, las grietas en las paredes de aquel ‘hogar inquebrantable’ trajeron una ampliación en tal perspectiva que sólo la experiencia puede otorgar.
Me tomó mucho tiempo entender que no le debo nada a mi familia de sangre porque ahora sé que la responsabilidad ante el vínculo requiere trabajo recíproco. Recuerdo el momento en que me di cuenta que ya había alcanzado a los adultos de mi vida. Ya los entendía. Con mayor razón no quise seguir en ese círculo vicioso: dar amor y atención, buenas intenciones y paciencia; recibir violencia, palabras que queman la piel, injusticia y comportamientos que no parecen tener sentido; perdonar porque la familia sólo es una y así volver al principio. Qué flojera. ¿Y todavía le reclaman a una cuando decide dar un paso atrás?
Uno de los muchos problemas con esta dinámica y, de hecho, el que más me parece evidente es el de entender un fenómeno social como estático, inmutable: el juego puede ser el mismo, pero nosotras ya no lo somos. Las personas cambiamos y, por lo tanto, nuestras relaciones también. Al asomarnos por el abismo de la posibilidad, conforme las relaciones que experimentamos nos muestran otras formas de amar, nos alejamos más de esa incondicionalidad cristiana que definía el amor disfuncional que tanto predicábamos en el pasado. Claro que nuestra forma de percibir a la familia propia cambia. Primero, reconocí que se puede pertenecer a más de una familia, y también que no todas las familias implican relaciones de sangre. En mi primera familia (la de verdad, no la que invitaba el abuso doméstico a la mesa) sólo éramos tres. Después, añadí a más personas, unas llegaron y se fueron, otras se quedaron. Sólo después de tantos lustros puedo reconocer a más de una familia: ese grupo de personas que me cuidan, en donde me encuentro en un lugar seguro.
Es irónico querer despegarse por completo de la familia de sangre, porque cuando me miro la asimetría de los dedos de los pies, la forma de las muñecas o el grosor del cabello, me veo en todos ellos y ellos se aparecen en mis rasgos más nimios. Los veo aunque no quiera. Malditos genes. Pero también pienso que puede volverse algo muy bello: me dicen de dónde vengo. Conocer el origen no modifica en algún sentido el destino, porque no tienen una relación mayor que la de la temporalidad. El antes y el después, whatever. Y no sé, creo que es muy difícil desconocer por completo a alguien con quien te podrían confundir en fotos viejitas, ¿cómo puedes dejarlo ir? Aquí creo también que hace falta una aclaración: aceptar que el amor que nos quieren dar no es ni de cerca lo mínimo que merecemos no significa que el lazo tenga que destruirse. Se pueden ofrecer opciones, alternativas, trabajar en acuerdos. Tal vez la relación sea más sana si se convierte en una de compañerismo, en lugar de familia. Tal vez sólo como conocidos. Me parece que alguien que alguna vez fue familia también puede convertirse en una amistad más. De nuevo: los lazos no son estáticos, porque las personas cambian. Somos seres complicados, llenos de contradicción, el tiempo transcurrido se refleja en nosotros. Puede que sólo sea cuestión de regular el miedo de dejar ir. Así, decisiones son tomadas todos los días.
Por último, me parece un acto de valor reconocer que un vínculo ya no se fortalece como antes y ser capaz de tomar medidas al respecto. Esto implica valentía porque es rebelión. Rebelarse contra las normas impuestas, contra la rigidez que cimenta las bases del pensamiento patriarcal en la familia. Otros lo verán como una molestia, algunos expresarán actitudes abusivas como respuesta, pero a final de cuentas las reacciones demuestran y comprueban la razón por la cual no te sientes tan conectada con ellos, no como ‘deberías’. Esa familia que ya no te hace crecer sólo confirma tus sospechas de disfuncionalidad y abuso a través de sus respuestas.
Sin embargo, creo que no se debe perder de vista un factor que podría invalidar por completo esta búsqueda de lazos familiares a través de la mirada ajena: si todas las personas que conoces se vuelven parte de tu familia, entonces simplemente no fue una familia en primer lugar. Lo que diferencia este vínculo de una amistad radica en la complejidad y la profundidad del lazo. Es una forma de decir: te escojo, quiero que me acompañes y que seas tú quien atestigüe mi vida conmigo. Para poder construir tal nivel de confianza se toma tiempo, porque sólo las experiencias vividas en conjunto pueden fortalecer un vínculo de esa forma. Implica poder ver a nuestros seres amados como personas complejas, únicas, dignas de amor y de respeto, en lugar de responsabilidades. La verdadera familia no impone dominación sobre los demás. Poseer al otro no es amor, porque las personas no somos propiedad. Vivir en subyugación con alguien que te ama es vivir una de las formas más disfuncionales del afecto. No sé, me pierdo mucho en estas cosas. A final de cuentas, sé que si me atreviera a hablar de esto con mi familia de sangre, bueno, una mentada de madre sería lo mínimo que me encontraría.
¿Es entonces justo decidir tomar otro camino?
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