El caballo de Dimitri Artemiev
En el pueblo de Volgogrado, el campesinado vivía para
dos cosas: la familia y el trabajo. Los hombres en aquel entonces se encargaban
de todo oficio que el comercio pudiese brindar gracias al puerto fluvial, tan
importante en esa región del Imperio. Por otro lado, las mujeres cuidaban a los
pequeños con ímpetu. Todos cumplían con su deber.
Cada mañana, las comadronas visitaban el mercado local
en busca de novedades provenientes de Moscú; Cherkizovsky y recientemente otras
pequeñas redes de comercio llegaban Volgogrado. A pesar de ello nada parecía
haber traído tiempos mejores.
Tanya Ivanova, como todos los días, aparecía para
cumplir su más importante tarea.
—¿Escucharon a la señora Markov? Asegura que la
familia de Irina Fyodorova está en problemas, el señor Fyodorov y los otros
trabajadores se rehúsan a continuar con el trabajo. Ya no tienen más que borsch para comer.
—Y ni lo digas, escuché que en Kirova la situación es
igual— respondió Alisa Antonova, esposa de un importante miembro de la comuna
campesina.
—Pero eso no fue lo único que aconteció ayer, ¿saben?
—intervino Miroslava Romanova— escuché que Dimitri Artemiev, el cochero,
irrumpió en la taberna de Antonín. Fue un escándalo.
—Ah, ¿sí?, ¿a qué vino tanto drama? —preguntó Ivanova.
—Mi marido no terminó la historia, tuvo tanta prisa
que casi olvidó la ushanka, pero sí
me dijo que tuvieron que sacarlo por la fuerza; había golpeado a un obrero que
paseaba por ahí.
—Me gustaría saber más— suspiró.
—No creo que sea tan importante, hoy en día los
hombres están disgustados por cualquier asunto— dijo Alisa.
Antes de concluir aquella breve reunión, Tanya Ivanova
ya estaba en la humilde panadería de los Nóvikov.
—¡Katerina! Qué bueno verte.
—Señora Ivanova.
—¿Cómo has estado? A mí me va maravilloso — contestó.
Después de unas cuantas falsas muestras de interés,
preguntó:
—Querida, ¿escuchaste lo que pasó anoche en la taberna
de Antonín Chejov? ¡No lo creerás!
—Le han ganado, señora. Anoche mi padre me ha contado
todo, ¿quién diría que tanto barullo se debió al mísero caballo?
Tanya se sorprendió, aunque después de todo recordó
aquello que había escuchado sobre la vida de Artemiev.
—Oh, vaya. No se me había ocurrido pensar en ello.
—¿En qué, señora?
—En que él sólo vivía como cochero. Incluso sabía que
en la siguiente temporada él iría a la ciudad a trabajar, pues aquí nadie lo
necesita, ¡todo es tan pequeño!
—Entonces, ya no podrá ir sin su caballo, ¿verdad?
Al regresar a casa, Tanya puso más leños en el fuego y
preparó un poco de Stroganoff a la
par que su marido terminaba sus labores a la vera del río. Sin más opciones, se
sentó a esperar.
Un poco más tarde, el sol se había ocultado, y con
esto, la vida en Volgogrado. La temporada del frío infernal se avecinaba a
pesar de no haber terminado el tiempo de cosecha, por ende, no era grato
permanecer a la intemperie sin la compañía de la luz del día. Algunos
regresaban a casa, otros ya lo habían hecho, pero no quedaba rastro de Vladimir
ni de Sergei, su hijo.
«¿Dónde estarán todos?», se preguntó.
Mientras Tanya Ivanova yacía impaciente en su hogar, Miroslava
Romanova esperaba al señor Romanov con ansias.
Al llegar, no parecía del mejor humor.
—Mujer, ¿alimentaste a las cabras?
—Sí.
—No lo hiciste, sino, ¿por qué están tan inquietas?
Algo habrás hecho para alterarlas— se sentó junto al fuego y continuó— ¡Ah! Fue
un día tan cansado, ¿qué preparaste de cenar?
—Iván, cuéntame qué pasó con Dimitri Artemiev.
—Primero la cena—ella de inmediato sirvió borsch en un cuenco, su marido continuó—
No sé por qué te interesan estos asuntos tan insignificantes, ni siquiera
recuerdo bien todos los detalles.
—No importa.
—Si tanto insistes: anoche fui con Antonín. Está por
difíciles momentos y pensé que tal vez un poco de compañía le vendría bien. No
habíamos bebido ni un poco de vodka cuando Artemiev llegó preguntando por
Kolstomero. Yo sabía que se refería a su caballo porque, ¿a quién más tiene ese
pobre desgraciado? —sorbió un poco de sopa— Un silencio invadió el lugar. Nadie
sabía a qué se refería así que los demás regresaron a sus asuntos, yo no dije
nada.
—¿Eso fue todo? —preguntó Miroslava.
—No, hay más. Primero se acercó a Fyodorov, después a
nosotros. Estaba desesperado. Antonín le dijo que nadie sabía nada, pero él
insistía en que alguno de nosotros se lo había llevado. Fue cuando un hombre
vino y trató de calmarlo, entonces Dimitri lo golpeó y el asunto se descontroló.
Sacamos a patadas a Artemiev y ya no sé nada más. No sé qué tiene de
importante, peleas hay todo el tiempo y en especial en aquel lugar.
—No sé, me interesa.
—Sólo quieres saber, para tener de qué conversar con
esas mujeres.
—Pero ya no hablemos más del tema—interrumpió—Quiero
decirte que, estoy un poco preocupada.
—Dime cuándo no lo estás, mujer.
—Por la mañana Tanya Ivanova mencionó que los Fyodorov
están en crisis.
—Todos lo estamos.
—Lo sé, pero el señor se niega a seguir trabajando. Sé
que es algo importante porque en la tarde me enteré, gracias a Alisa Antonov,
que piensan protestar.
Las crueles noches de frío invierno regalaban un poco
de calidez al compartirse. El señor Artemiev no pudo presenciar esa dicha.
Meses habían pasado desde la pérdida de su querido
amigo. Desde aquel entonces, las ocasiones en las que abandonaba su lecho eran
pocas. No hacía más que conversar.
» Si tuviera un poco de fuerzas, podría ir a alimentar
a aquel caballo. Hace días que está silencioso y me empiezo a preocupar. Tú
sabes lo importante que es para mí y lo que hemos pasado juntos. Tantos años,
tantas historias. ¡No puedo dejarlo ir como así! Moriría si algo le pasase.
» Desde que tú y el pequeño Pavel partieron, él ha
sido el único que ilumina esta angustiosa oscuridad que me envuelve. Me
conoces, sabes que ser mal agradecido no va conmigo, pero él es el único que me
ha escuchado en mis momentos difíciles.
» A veces pienso mucho. Mientras él y yo recorremos
los largos caminos al pueblo, recuerdo nuestra vida antes del incidente.
Incluso durante esas travesías nos detenemos a conversar acerca del mundo.
—Ah, ¿sí?, ¿sobre qué?
» Muchas experiencias. Por ejemplo, sobre las personas
que conocí en la ciudad. Vi tanto. Una vez, una jovencita pidió que la llevara
a una granja cercana. Le dije que serían cinco rublos; ella no tenía más que
uno. Decidí llevarla de todas formas, se veía triste. Le pregunté si se
encontraba bien; la pequeña me dijo que se habían llevado a su hermano.
Después de una pausa prolongada, continuó.
» Nunca la volví a ver por ahí. Estuve en aquel lugar
por casi cuatro años, pero no nos volvimos a encontrar. En otra ocasión,
durante un día gris, un anciano pidió mis servicios. Era temporada de fiestas y
yo no trabajaría el resto del día, pero él se comportó muy persuasivo conmigo.
Me ofreció veinte rublos por llevarlo a Sarátov, esperarlo un par de horas y
después volver. No me negué. Durante el camino conversamos un poco, me dijo que
le daban lástima los hombres como yo, dedicados a servir más a los demás que a
ellos mismos. Le dije que a veces no hay más opciones. Después de un largo y
eterno camino, me pidió que lo dejara en un sucio callejón que encontramos y
que volviera más tarde, antes de ponerse el sol.
—¿Qué hiciste mientras lo esperabas?
» Fui a beber. Un rato después, regresé al mismo
punto, justo a la hora que él me había indicado. Encontré al viejo en el suelo.
Pensé que se había quedado dormido esperando, pero después vi la sangre. Lo
único que hice fue tomar los veinte rublos de su bolsillo y regresar a casa.
» Hasta ahora pienso en si mi actitud fue correcta. Lo
cierto es que jamás podré olvidarlo. ¡Ah! No sé qué habría sido de mí sin la
compañía de Kolstomero. Supongo que me habría ahogado junto con la desgracia de
aquellos que solicitaban mis servicios. Me dije que ya había tenido suficiente
de aquello y que quería volver a Volgogrado. Así lo hice. Tiempo después encontré
a una hermosa mujer y me casé con ella.
—Lo sé.
» Sí que lo sabes, ¿eh? En fin, tanto recé por evitar
una historia como aquellas.
—Hasta el incidente.
» Así es. Pero basta de charlas. Si quiero regresar a
la ciudad en primavera, debo tener a mi caballo bien fuerte y alimentado.
Espero que no esté molesto conmigo por todos estos días que he descansado, sin
dedicarle los cuidados que a su edad debería tener. He pensado mucho en aquel
hombre y creo que tuvo razón, incluso por eso, a veces también siento lástima
por mí.
No fue sino hasta enero de 1905 cuando, un grupo de
soldados encontró los restos de un anciano olvidado, en una antigua choza a
orillas del pueblo que nadie recordaría.
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